La semana transcurrió con una agenda bastante cargada. Son las últimas actividades antes de entrar en el receso de verano. Ya hemos tenido varios días calurosos, que yo padezco particularmente porque a pesar de mis esfuerzos, enseguida empiezo a sudar y eso me provoca un poco de vergüenza si estoy en un lugar público. No tengo la menor idea de cuál es la causa, pero ya no me sorprende, porque todos los veranos tengo que lidiar con esa incomodidad. Ultimamente, cuando voy a entrenar al gimnasio o al caminar al Parque, termino bañado en transpiración, y ni siquiera puedo mitigarla con una ducha fría. Pero bueno, es lo que hay, el verano aún no comenzó y eso me hace pensar que queda un largo camino por recorrer.
Lo que más me gusta de la temporada estival es que los días son más largos, con unos atardeceres espectaculares, ideales para sacar la reposera a la vereda como hacían nuestros abuelos. Antes no era tan común como hoy que un hogar contara con una pileta o piscina, por eso en mi infancia las piletas del Aero Club o del Club Rivadavia eran muy populares, era un lugar de encuentro para las familias, que llegaban temprano, almorzaban en el predio, y pasaban casi todo el día. Si bien las piletas públicas siguen existiendo, ya no tienen la concurrencia de antes. Aquellos veranos sí que eran bravos. Parezco un viejo diciendo esto, pero los cortes de luz eran mucho más frecuentes, el aire acondicionado era un lujo de unos pocos, ni siquiera los bares más chetos contaban con uno para refrescarse un poco. Por supuesto, si ibas a un bar tenías que consumir algo y tampoco era habitual que uno fuera a tomar un café o lo que fuere. Pese a que ahora la plata no abunda, creo que hace unas décadas se notaba más, yo veía a los más pitucos creyéndose los grandes señores porque paraban siempre a tomar algo y no se les conocía un laburo que los sacara de la parsimonia y la buena vida de los boliches. En casa no había mucho para hacer, porque ya habían terminado las clases, y todo el tiempo que pasábamos en la escuela se convertían en horas muertas que los más grandes de la familia destinaban a dormir la siesta. Eso es algo que se mantiene: Hasta el día de hoy, en las primeras horas de la tarde no anda un alma por la calle, y eso se vuelve más notorio en enero.
Muchos de los que
se quejan de eterna crisis argentina se van de vacaciones, los negocios también
cierran por una semana o quince días, de manera que la vida pueblerina transcurre
a media máquina hasta que asoma marzo en el almanaque. Pero también hay que
reconocer que la ciudad ha crecido mucho, se han formado nuevos barrios donde
antes sólo había terrenos baldíos, y eso hace que uno vea caras nuevas todo el
tiempo, gente que no es oriunda de Lobos pero que decidió venir a radicarse
acá, o que tienen una casa quinta para pasar el fin de semana.
En una nota
anterior, yo destacaba la forma en que se van insertando los recién llegados.
En ese sentido, Lobos no es reacio al forastero, todo lo contrario. Por lo
general, se adaptan mejor que los nacidos y criados. Hay varios que conozco que
no reúnen ningún mérito o condición, pero sin embargo, han sido bien recibidos.
Enseguida se meten en el circuito de los clubes, en ambientes supuestamente
selectos, y logran infiltrarse en lo más recóndito del jet set vernáculo. La mayoría
no tiene tanta guita como se supone, pero acá se vive mucho de las apariencias,
a diferencia de las grandes ciudades donde nadie conoce la cara del vecino que
habita un departamento en el mismo piso que el tuyo. Además, los millonarios de
verdad no se juntan con la chusma, ya que viven en barrios como Nordelta o en
algún edificio torre de Puerto Madero. Están a otro nivel, claramente. Y seguro
que pasan el verano en Punta del Este o en un balneario top que no está al
alcance de cualquiera. Varias veces me he preguntado qué tiene Lobos como para
que la gente de afuera decida radicarse acá. Es un pueblo tranquilo, podríamos
decir, pero no hay nada que lo distinga del resto de los municipios de la
provincia.
La cuestión es
que yo he visitado algunos pueblos vecinos, y enseguida te sacan la ficha, no
es tan fácil integrarse a la comunidad si uno lo compara con lo que sucede acá.
Seguramente, al cabo de unos meses esa actitud reticente cambia, pero en un
comienzo lo que predomina es la desconfianza. En síntesis, lo que queda en
claro es que, con algunos pases de magia, cualquier forastero puede ir trepando
para ser miembro de la más codiciada sociedad lobense. Pero habría que definir
qué hábitos son propios de la gente que tiene guita, sobre todo cuando no hay
muchos lugares donde se pueda ostentar que pertenecés a una clase alta. Otro
punto a tener en cuenta, es diferenciar al nuevo rico de aquel que siempre tuvo
un buen pasar económico, porque toda su familia cuenta con un patrimonio
holgado. La ostentación del lujo está ligada a cómo hayas obtenido tu riqueza.
Pero si hay algo que podemos afirmar con convicción, es que para ese segmento
de la población, la ola de calor y los avatares climáticos no constituye un problema. Nos estamos viendo
pronto. Punto final.